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Tenía una felicidad contradictoria, eran mi última temporada en el refugio ya sin medicinas, ni semanas forzosas de reclusión o descanso. Me había impuesto no moverme para conseguir la calma necesaria, pero me carcomía la intranquilidad ante el momento inevitable de continuar.

Los días posteriores transcurrieron densos por el tedio; iguales, con la misma ilusión de futuro. Había en mi cotidianidad sombras sobre un pasado sublime, irrecuperable y mientras tanto el presente pasaba aplastante e indiferente. Me avergonzaba creer en el fracaso de mi alma.

Fue entonces cuando Sabetta me pidió por primera vez venir a visitarme. Me puso nervioso que los años sin vernos nos hubieran cambiado, pero mí inquietud iba hacia la ilusión. Me arreglé y salí a comprarle un regalo, fui caminando, tratando de encontrar en la ciudad recovecos que estimularan mis recuerdos y mi propósito de llegar a mi casa, como siempre iba divagando…

Sabetta fuiste mi primer amor. Me enamoré de ti en la escuela. Fue una mañana de septiembre. Me senté en la segunda fila. Estaba nervioso por aquel primer día, teníamos doce años. Volteé, estabas justo detrás de mí. Me sonreíste. Nos hicimos amigos de inmediato y pasados los días yo ya me ponía nervioso cuando estábamos juntos; aun así, siempre nos buscábamos. A la salida de la escuela, de camino a mi casa soñaba contigo y llegando lo primero que hacía era escuchar música: todos eran tus temas.

Me gustaba que el año escolar terminara porque íbamos por las boletas con ropa de calle y me gustaba verte de otra forma. En las vacaciones me llenaba de valor, me la pasaba horas al lado del teléfono queriendo llamarte, pensando la forma de preguntarte si te podía ir a ver. Y cuando por fin me atrevía, decías que sí, que claro, que fuera, que me esperabas.

Caminaba unos quince minutos para llegar a tu casa, tiempo que ahora agradezco porque iba memorizando todos los detalles del entorno: los árboles y las construcciones… memorias que le han dado sentido a mi interior.

Vivías en una cerrada semicircular, tu casa estaba en una de las curvas de la entrada y tu ventana daba al centro de la calle, lo cual me beneficiaba porque no podías verme indeciso, intentando avanzar, aproximarme a tu puerta. Cuando al fin lo lograba, tocaba el timbre, tu mamá abría enfadada; me decía que pasara, que estabas en el estudio. Entraba en tu mundo. Te veía sentada en el sillón, casi ni me saludabas, hablábamos poco y al principio yo me quedaba de pie, recargado en el escritorio de tu papá. Luego ponías un LP de Cat Stevens y me invitabas a que me sentara a tu lado para que pudiéramos ver juntos la portada y las letras en el interior.

Mi imagen de ti era con el uniforme del colegio, pero eran vacaciones y usabas shorts, tus piernas eran hermosas; intentaba retener tu imagen y la música en mi memoria, recuerdos que han definido mi amor por ti.

Un día maravilloso cuando ya me iba, al salir, me dijiste que tenía ojos tristes y que te gustaban. Nos dimos un beso estúpido, de medio labio. Sentí tu silueta ahora sí con tus formas y no entendí. El amor que despertaste me ha acompañado todos estos años. Sabetta, ¡estuvimos tan próximos!

Estaba de regreso en el refugio, sin regalo, me di cuenta de que la caminata había sido hacia mi interior, al pasado con Sabetta y que fueron los estímulos los que me encontraron y le dieron a la ciudad la belleza y el cobijo que extrañaba.

Sabetta llegó puntual, tenía la misma belleza sombría y la mirada ausente que contrastaba con su cuerpo alegre que recordaba. Nos quedamos parados uno frente a otro, más juntos de lo que un primer encuentro prevé, viéndonos, preguntando torpemente cómo estábamos y tropezando en una conversación llena de obviedades.

Luego nos sentamos en la banqueta muy juntos. Hablábamos poco y nos veíamos mucho. Empecé a recordarla en la memoria de mi cuerpo; su perseguir adentro me conmovía; el roce de nuestros hombros. Fue el segundo momento del día y creo, de todo el tiempo de mi regreso a la ciudad en los que sentí calma y calidez.

Después tuvimos un par de minutos en silencio y yo me animé a contarle mis recuerdos y el amor infantil que no pude confesarle cuando adolescentes. Ella asentía dándome a entender que me correspondía. Nos quedamos callados, un poco apenados, pero con el alivio que provoca, creo yo, la confesión.

Sabetta estaba muy contenta porque me tenía un regalo de bienvenida: había hecho funcionar un walkman con todo y audífonos para reproducir un cassette con las canciones que oíamos en la escuela y en su casa. Después de un rato, cuando ya me había acostumbrado a su tibieza nos paramos y dimos un paseo. Caminamos separados, pero rozándonos. Había en el aire un calorcito que abrazaba. Ese momento congregó todos los instantes, mi pasado con ella y los anhelos de vivir. No importaba todo lo que me había ocurrido, todo lo que me esperaba, en ese momento precioso Sabetta estaba nuevamente junto a mí. Cruzamos por la calle donde la acompañé por primera vez a su casa.

Sabetta me veía con dulzura y otra vez sentía la ambigüedad de su ternura y mi circunstancia. Ya no supe qué decir. Nos quedamos mudos, pasaron segundos eternos, que al inicio agradecí porque las palabras fueron sustituidas por la noche, el viento y su cabello tal como lo recordaba. Sabetta me abrazó por encima de mi hombro, como lo hacen los camaradas y me dio un beso en la mejilla. Habíamos cruzado el parque que ahora nos separaba.

– Cuéntame de tu hermano, platícame por qué te golpearon.

– Si, Sabetta, te voy a contar.

Nos despedimos. La vi alejarse hasta perderla de vista.

No es normal, no-es-normal, me repetía, tener la certeza de estar cerca y no saber dónde se está. Cuando era más joven pensaba que las historias debían ser lineales, que un evento siempre sucedería a otro. No, nunca encontré la directriz de mi historia, porque fue aleatoria. He querido encontrar el hilo sencillo de cómo toda vida crece.

Cargué mi cerebro con una canción de las que Sabetta había seleccionado para mí, para que la sensibilidad me dijera por dónde regresar. Pero no llegué; ésa fue mi sensación. Volví al refugio. No prendí el televisor. Destapé la botellita de vodka, me senté y escribí en un papel...