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Regresé a la casa donde viví con Amaia. Tiempo después que nos separamos me escribió: nos quisimos en un paréntesis que bendigo. Le pedí perdón por la eterna culpa de pensar que había hecho mal en irme.
Renté un cuarto en otro sitio totalmente distinto, alejado de la playa para reorganizar los trozos inconexos de una vida inútil. Volví a mis notas, a las reflexiones en espiral.
Sabetta, nuestro presente fue una verdad que recreó los fragmentos perdidos de nuestra existencia, de un futuro impredecible y lleno de nostalgia. Eres, has sido todos los rostros, la constante y hermosa incógnita que amaneció en mi adolescencia significándola.
He anhelado permanecer, me refiero a la vida, al mundo, sin esa manera de existir donde solo está el vacío de la rutina. La tristeza es agridulce y recorre mis emociones, recuerdos simples de nosotros siendo, tropezando a pesar de la luz. Mi dulce Taylor, decías. ¿De qué te ha servido la constante persecución si ya somos?
Te confesé o confesábamos amarnos desde el día que fuiste a verme al refugio ¿Te acuerdas de nuestra nueva y dulce inocencia acompañada de recuerdos insuficientes, absolutamente nuestros? ¿Y Johann? Me preguntabas sabiendo. Y yo, yo no quería, no sabía cómo volver a contarte.
Johann, tu muerte y tu ausencia crearon un doble espejo de mí mismo. Yo, cuando éramos jóvenes y más jóvenes recorríamos laberintos sabiendo que no dejaríamos hilo ni migajas, solo huellas de respuestas sinsentido. Yo a veces era yo y yo a veces era Yo.
De vuelta al mar de Amaia, a la apertura al ojo de la espiral y la introspección concéntrica de mi vida simple, vuelta al sentimiento de la casa del piso de madera y del colchón individual, ahora vacía.
Bajé la colina, me acerqué al mar con paso firme y en un momento de clara irrealidad me pareció prudente subirme en cualquier lancha. Iba muerto de miedo, pero decidido. El sol iba al naranja, llegué donde rompen las olas. Intenté nadar con la ropa puesta hacia donde rentaban lanchas; como pude trepé jadeando en la primera que me dio el azar. Me tomó unos minutos ver desde el piso al conductor, le supliqué que la encendiera y que me dejara al mando. Aceptó con la indiferencia del verdugo.
Sabetta, la vida es una espiral ascendente que en algún momento regresa al origen. Conduje mar adentro sin ninguna precaución, apostando los sentidos y las emociones en una ruleta rusa predecible, iterando mis latidos con los tumbos de la madera y la brisa que iba rasgando mi rostro, el sabor a sal y la sed que me provocaba demoler el bucle, consciente de mi desprecio hacia la existencia, pero con la avidez por escribir sobre-vivir. Cada ciclo está nombrado, cada etapa es una obsesión que permite borrar el tiempo. El golpe de las olas, la sangre en las sienes; todo me insistía, me suplicaba
De vuelta al mar, ese infinito…
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